26.11.12

1, 2

La pareja se sienta mientras se anida el rencor de no poder hacer lo que se les viene en gana. La consideración del uno para el otro y el otro para el uno confabula lo que mi abuelo llamaría "le petit assassinat" - la gente se asfixia mutuamente hasta que la náusea existencial alcanza a uno, y la facultad de ser tolerante se muere. Obviamente, no es que se trate de sentarse y no hacer nada por respirar. Sin embargo, como la gran mayoría de las veces, la gente no tenemos ni la más puta idea de lo que está pasando. El hombre cree tener el control a pesar de depender de la cerveza para tomar resolución alguna, y la mujer cree ser imprescindible, aún cuando algunas veces no sabe quién es. La valentía y el orgullo se acaban yendo por la coladera cuando están fundados en el miedo a mirar por la ventana. Esto es, si se va a sacar la cabeza del tren, no debe de haber contemplación alguna por el poste telefónico que tal vez le cercene la cabeza a uno. Vaya, tal poste ignora que vamos allí en el tren, de A a B, de B a A, y algunas veces a C, y dudo tenga la más mínima intención de mutilar a alguien, arruinándole de paso el día. Aun así, preferimos mirar el panorama sin sentir el viento en el rostro. Uno, después de levantarse el domingo por la mañana, evita abrir la puerta lo menos posible, y evitar así el camino que inequívocamente se desenrolla a sus pies. El camino se queda ahí, no existe para nada más, a lo mucho suspira que será hora de salir, mas uno se ensimisma y hace lo que sea con tal de no poner un pie fuera. Es el cansancio, la inseguridad, la falta de dinero, o alguna otra cosa, se dicen unos a los otros cada día último de semana. Es el amor, la obligación de la pertenencia, el compromiso, el deseo de buscar asentarse, o alguna otra cosa, se dicen el uno al otro cada atardecer, mientras el rencor hace un nido a base de suspiros y miradas furtivas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

*mientras?