18.1.13

Del porque del enojo de mi padre en el sueño

La peor parte de tener una pesadilla no es el mal sueño en si, sino la mórbida o lúgubre sensación que uno tiene al despertar. No hay de otra mas que quedarse en la cama y aceptar que no hay ya hacia donde correr; el mundo se le viene a uno encima, asfixiante y duro, sin compasión alguna porque da la casualidad que la causalidad no invoca sentimiento alguno. Digamos que uno sueña con la muerte de un niño, que uno le llora la partida mientras lava sus pies para el viaje que le espera, que la idea de no poder verle una vez más corroe el corazón. El terror no está en las imágenes enunciadas, no; reside en la desesperación por recobrar el aliento al despertar, mientras uno aprieta las sábanas. Se sabe que fue un sueño, pero el horror es demasiado real; y aunque el cansancio sea mucho, las ganas de dormir se han largado al rincón ya que la soledad de no poder compartir el sufrimiento con alguien más, y así aliviarlo aunque sea un poquito, provoca desconfianza de volver a dormir.

Mi padre odia la intromisión de la gente en general: odia se le pregunte de cosas que a nadie más incumben, odia se le pida explicaciones acerca de sus acciones, y odia que alguien entre a su casa sin ser invitado. Entonces, cuando la vecina de enfrente cruzó el zaguán cargando a su moribunda nieta para que mi madre la curase estalló gritando, a esto es a lo que me refería. La gente muerta, idealmente, no puede revivir, ¿cierto? Así que, ¿qué podría hacer ella para que no se llegase al punto sin retorno? Después de depositarle en la mesa, la niña estaba inanimada y fría, de un color tan mortecino como el mármol., mientras su abuela lloraba desconsolada, y mi madre procedía a tocar algo de música. ¡Se mueve!, grité, ¡se mueve! El miedo me acongojó sólo a mí porque la naturalidad con la que los demás observaban el evento no parecía de este mundo y me lleno de escalofríos. Corrí a la planta superior para de menos poder pretender que todo aquello supernatural en lo cual no creo no estaba pasando, mas al llegar al cuarto de mi hermana pequeña vi como la misma música que movía e infundía vida a la pequeña en la planta baja, secaba a mi hermana lentamente y le forzaba a sonreír de una manera triste mientras tomaba mi mano. Grité.

No quiero ir a la cama hoy, no quiero despertar a media noche y gritarle a la soledad, no quiero tener en que pensar en camino al metropolitano, y sobre todo no quiero ver morir a nadie por cuarta vez esta semana.

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