5.4.13

Πυγμαλίων

Rara vez puede alguien comprobar que es el destino lo que nos depara tal o cual cosa sin causar escepticismo en de menos una persona de su auditorio. Claro, a cada uno de nosotros la mística nos ha parecido en cierto momento algo fascinante; es un escape a la que varias veces consideramos una "existencia cruel" ya que le otorga a nuestras vidas un "propósito cósmico". Digamos que un día me veo afectado por cierta causa, y tengo la urgente y momentánea necesidad de dinero, aunque he olvidado mi cartera. Andando por la calle noto una peculiar piedra que luce como un limón, y debajo de ella encuentro un billete de mil pesos. Destino, es la más inmediata aserción, alguien me escuchó, alguna fuerza está de mi lado, aquel cristal que compré con doña Chelo funciona, la vida me lo ha deparado... Un sin fin de frases que buscan explicar el evento. La urgente necesidad de sentir que uno cuadra con el resto del universo provoca un resquicio que la mayoría de nosotros busca sellar con yute artificial. No digo que todo esto sea imposible, las leyes de la causalidad no han sido descubiertas del todo respecto a todo, y todavía se encuentran demasiadas esquinas oscuras respecto a cómo funciona el universo; tampoco tengo método alguno para desmentir lo antes mencionado, pero hay algo en mi corazón... no, en las sinapsis de mi mente... hay algo en mi mente que me dice que no es posible que el universo completo se confabule para que yo pueda satisfacer mis necesidades, elementales o no, por obra de la casualidad. Es como la historia de aquel quien se enamoró de un trozo de mármol que talló hasta encontrar el cuerpo de una mujer. ¿Se atrevería alguien a decir que el hado que pesaba sobre él lo condujo a caer rendido a los pies de un trozo de materia muerta? ¡Oh, entiendo que la materia está llena de partículas elementales en constante movimiento! Me refiero más bien a que lo inorgánico no puede darle calor a uno sin la intervención de una deidad. Sé que la diferencia entre un trozo de mármol y un trozo de mi carne es de grado, mas ese grado sería capaz de cubrir la distancia entre Canopus y la Tierra. La locura de ese hombre no es razón suficiente para creer que algo extraño e inesperado me llevará a la cumbre o a la ruina. Si se supiesen las suficientes matemáticas se podría observar que incluso el fantasma de mi padre azotando las ventanas de mi casa cada una de las noches veraniegas tiene una explicación científicamente causal. No hay tormento que venga de una fuerza superior por mi abandono y mi ceguera... Oh, Dios... Creo que he tomado demasiado láudano.

Galatea, te observo y siento mi piel hervir.

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