12.7.13

Transnebular

Hay ciertas cosas un poco extrañas y sin explicación en este mundo. Automáticamente se intuirá de esta última oración que por no explicación me refiero a algo sobrenatural, pero no es el caso de todos los acaecimientos que no la tengan. Por ejemplo, el hecho de que mi hermana un día de la nada decidiese golpearme en la cabeza con el canto de una regla de plástico no tiene en lo absoluto algo que ver con lo sobrenatural. El hecho de que haya sido yo quien lo hizo y ahora lo cuente al revés, tampoco. Sin embargo, hay algo que ocurre, sobre todo cerca del mar, que cae demasiado lejos de lo racional y comprensible para 99.8% de la población de este planeta, y que muy a mi pesar categorizaré así. Sucede que los sueños de algunos pueden afectar la realidad de otros. Por sueños no me refiero a la panteísta ensoñación de algunos por lograr algo que va desde poseer algo (o a alguien, aunque en realidad lo que se busca es poseer algo a través de alguien), hasta convertirse en amo y señor de una relativamente grande parcela llena de una también relativa cantidad de seres humanos; por sueños me refiero al azaroso acaecimiento de imagenes, ideas, emociones y sensaciones en un entorno tan malévolamente inexplorado como lo es el dormir. Muchos se empecinan en decir que dormir es una pura función fisiológica diseñada para que uno descanse sin mayor prueba que su propia bola de patrañas. No quiero decir que están en un error, pero jurármelo por la biblia mientras lo único en mano es un hato de resultados magros de pruebas aún más magras es tan insulso como decir que las aves vuelan por obra del señor. Si el dormir es inexplicable, la hecatombe de sucesos que el soñar conlleva lo es por tres.

Dejaré de desvariar para contar una historia que escuché aquella vez que esperaba un vuelo hacia la Ciudad de México. Una mujer de alrededor de setenta años le comentaba a su nieta que alguna vez mientras cierto chico la cortejaba, ella una tarde soñó que él le regalaba no una ni dos rosas, sino un campo entero de rosales rojos. En el sueño el chico le decía que sentía mucho ser tan obstinado en muchas cosas, y que esperaba que el campo fuese suficiente para perdonarle cualquier malestar que eso le pudiese causar. Mientras tanto, en una floristería cualquiera, el pretendiente intentaba comprar un ramo de gladiolas para la chica de sus sueños. El dependiente lejos de mostrarle gladiolas, le comentaba que tal vez lo que buscaba eran rosas rojas. El obstinado chico le repetía por enésima ocasión que lo último que quería era el mal gusto de tener que ver como su enamorada se pinchaba el dedo y llenaba sus ropas de sangre, mientras el dependiente le recomendaba que era más seguro llevarle rosas. El chico no vio mayor opción que levantar la voz de mala forma, y le espetó al hombre que quien pagaba era él y que si él quería llevarse todas las gladiolas de su floristería en vez de un hatajo de estúpidas rosas rojas, este era muy su problema. El florista se encogió de hombros y le respondió que las rosas eran más bonitas mientras le alargaba el ramo que inicialmente el chico quería comprar. Al salir, el camión del hombre que repartía rosas a la gran mayoría de las floristerías de la ciudad arrolló al chico quien se había detenido a limpiar la sangre que manaba del dedo que se lastimó al tomar el tallo de una de las gladiolas del ramo que el florista le ofreció. Mientras tanto, en el sueño, la chica tomaba las rosas sin quebrarlas de los arbustos para mirarlas, olerlas, y darles un pequeño beso. El chico se sentía un poco celoso de todo eso ya que ella no parecía querer hacer lo mismo con su rostro, así que se acerco a un rosal para tomar una rosa y tratar de celar a la chica. Ella le dijo, tómalas pero no las quiebres porque encontrarán la manera de vengarse. El chico no hizo caso, y arracó una de las rosas, para después soltarle a la chica que era imposible le sucediese algo por obra de una simple flor. Al tratar de arrancar una segunda, se espinó el dedo índice de la mano izquierda, y la rosa lejos de marchitarse como la primera ganó intensidad de color mientras el pretendiente se contraía y arrugaba frenéticamente. La chica sólo pudo preguntarle si ahora podía ver como las flores podían encontrar la forma de vengarse antes de que él se deshiciese con una bocanada de viento que pasó en ese instante. La abuela terminó la historia diciéndole a su nieta que cuando despertó, ella con extraña certeza sabía que el chico había muerto. En alguna otra ocasión, durante la fiesta de cumpleaños de quien era mi mejor amigo, escuché a un par de españoles hablar de aquella vez que que el padrastro de su primo Mikel dejó de golpearlo. Todo comenzaba con la madre de este casándose por segunda vez con un dueño de una relojería de la calle principal del centro de Bilbao. Aquel hombre no era malo per se, pero cualquier cosa que el consideraba externa a su propia realidad lo atormentaba en demasía, y ese era el caso de Mikel. El relojero obviamente no podía perdir a la madre que dejara a su hijo en custodia de alguien más ya que el padre había muerto un par de años atrás en un accidente ferroviario, la familia de él nunca fue unida a la mujer, y la única familia que ella tenía era una anciana tía en Extremadura. Toda esta situación estresaba al hombre en sobremanera, hasta que un día no pudiendo más azotó a Mikel con una regla de dibujo técnico que tenía en el despacho de su casa, y así descubrió el desahogo ideal. Un año de golpes pasó antes del sueño que un Mikel de veintidós años completamente ebrio contó a sus primos una noche de campamento. En el sueño, la madre le decía al pequeño Mikel que su padrastro se iba indefinidamente de viaje ya que abriría una nueva tienda y taller en el sur de España, y que para que lo recordase, el padrastro había mandado tallar una figurita de madera que se pareciese a él, y con la que el pequeño podría jugar. Mikel miraba la figura sin saber que hacer con ella, si tirarla al cesto de basura o incluirla en las filas de sus soldados. Cuando estuvo a punto de lanzarla por la ventana, le vino en mente una mejor idea: maltratarla así como aquel tipejo lo había hecho con él. El niño corrió al desván, de donde extrajo un martillo, un par de pinzas, y una pequeña segueta. Llevó la figura y las herramientas al pórtico, y comenzó el martirio. Golpeó todo el cuerpo con el martillo, utilizó las pinzas para astillar la punta de la nariz, y la segueta la uso para hacer una incisión en el vientre del muñeco. Mientras tanto, en el callejón contiguo a la relojería, el relojero era salvajemente golpeado por un par de hombres que aparentemente no buscaban dinero o algo parecido, sólo ponerle una tunda de la que se acordaría toda su vida. Ellos le golpearon el cuerpo entero con un par de barretas, uno de ellos le rompió la nariz con el índice y pulgar después de haberle dado puñetazo, y al final el otro sacó una pequeña navaja de su chaqueta y le hizo un corte en el vientre mientras le decía que jamás volviera a tocar a Mikel. Obviamente, no fue tanto la golpiza como lo fue esa frase al final lo que evitó que le volviese a poner un dedo encima. Tengo que aclarar que este fenómeno no tiene necesariamente que ver con sangre y muerte, y la última historia que menciono es prueba fehaciente de ello. Barbara tenía un hermano quien por trágicas aunque típicas razones de trabajo se tuvo que marchar a una ciudad cuyo lenguaje no entendía, cuyos habitantes no comprendía, cuyas costumbres no conocía, así que lo que mayormente hizo fue encerrarse en el cuarto de hotel a ver películas subtituladas. Por circunstancias desconocidas a este autor, el que fue el día más soleado de aquel año, el hotel en el que se hospedaba se quedó sin electricidad, por lo que no tuvo más de otra que salir a la calle. Encontró un parque de rojas bancas donde sentarse a leer por enésima vez la revista que había comprado en el aeropuerto. Ninguna de las bancas tenía tipo alguno de sombra, así que comenzó a sudar por todos lados, sintiendo el bochorno de las doce del día, cuando súbitamente comenzo a llover sin nublarse. A pesar del calor, las gotas de lluvia que le bañaban el rostro estaban completamente frías. Mucha de la gente que en el parque estaba corrió desesperadamente a taparse bajo lo que fuera, pero no él, quien se puso de pie sonriente mientras bailoteaba los pies. Resulta que su hermana a miles de kilómetros de él soñaba con aquella vez que ambos a los siete años se encontraban en un balneario cerca de la casa de la abuela. Las albercas tuvieron que ser cerradas por una alerta médica, por lo cual los niños estaban aburridos comiendo emparedados que la abuela había preparado. El calor era inclemente, así que el encargado del parque ordenó que se activarán los aspersores, con lo cual los niños gritaron de júbilo y comenzaron a bailotear de pie en el pasto.

Y como éstas puedo contar bastantes historias acerca de aquella interesante propiedad de los sueños de la gente, pero hay que decir que la posible explicación de todo ello se queda corta respecto al maravilloso efecto que ese fenómeno tiene en aquellos involucrados. Tal vez debería de parar aquí porque ahora que he recapitulado todo esto una vez más, creo entender algo de aquello que lo causa, mas el temor de arruinar las cosas como son es demasiado; y el temor de que alguien esté soñando conmigo y la razón del por qué de todo esto es aún mayor. De cualquier manera, dudo que tenga las palabras adecuadas para expresar lo que me pasa por la mente, y pueda decir algo coherente.

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