31.8.13

Puente

Hoy vi el amanecer desde el puente que toma el camión en el que voy a la escuela todas las mañanas. Las nubes se deslizaban en jirones grisáceos de sur a norte, el sol era una bola roja y enorme asomándose entre las nubes, y el cielo se pintó de tonos azules y naranjas. Nada importó en ese momento: ni la falta de sueño, ni el hambre, ni el dolor en los pies. Fueron seis segundos de pasmosa belleza, de increíble soledad. Seis segundos suenan como una nimiedad, como un suspiro en medio de una ventisca; pero si se olvida el todo, y a veces la nada, el tiempo se ahusa, se hace hebra con la que se teje un recuerdo que permanece. Seis segundos entonces son la eternidad de una imagen que provoca que se flote sin amarras en el momento. La piel a veces se deshilacha o rasga, y yo uso esos momentos de parche para no perder forma. El sol rojo a la distancia está en la materia de mi cuerpo, lo puedo llamar cuando lo desee. Soy de cierta manera un amanecer.

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