17.2.14

lunes

El mundo es una alegoría de sí mismo, y ésta una paradoja. Desde el punto del que lo observo, con su gente andando y comiendo un helado, hablando de la nada que es el todo, mirando esos pequeños objetos que caben en su muñeca o su bolsillo y cuentan los días y le dan cierta perspectiva al tiempo, desde aquí me atrevo a decir que mi vida cabe en una frase de pocas palabras. El viento mece las hojas otra vez, siento frío, el cigarrillo arde y se convierte en humo y veneno, los automóviles transitan indefinidamente, el hartazgo de la caída de la noche de un lunes comienza. No hay nubes hoy bloqueando el cielo, un cielo sucio de ciudad de millones de habitantes. Una ciudad monstruosamente bella, con indefinida vivacidad en cada uno de sus rincones, con un pequeño perro olfateando árboles y postes, con aves trinando qué se yo, con pequeños trozos de materia moviéndose al compás del clima. Alguien podría decir que nada espectacular ha ocurrido hoy, que es, que ha sido, un día cualquiera. No este lunes, ningún lunes para el caso. Hay una sonrisa, un grito, un silencio por obsequiar. Hay canciones que cantar, palabras que escribir, luces que mirar. Hoy se le puede escribir, o recitar, incluso llorar un poema a alguien. No hay lunes cualquiera porque no hay otro que se le parezca. La vida en lunes parece irreversible e incontinente, con su sueño, su pereza, su vacío, su alegría por reencontrarse con cierta persona, su entusiasmo por ser inicio de todo y nada. La vida parece otra el lunes por la mañana, o por la tarde, o por la noche, y así los demás días de la semana. Yo no soy el yo que despertó hoy, sino a lo mucho una alegoría de aquel, y así una paradoja del mismo. Y mi vida parece caber en una frase pequeña. De ocho palabras tal vez.

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