7.10.14

Ven y siéntate conmigo. Tomaré tu mano, te acercaré a mí y te contaré algo al oído. Te hablaré de como alguna noche, sentado en un parque, se me acercó un colibrí, revoloteando de derecha a izquierda y viceversa. Se plantó frente a mí, si es que los colibríes pueden hacer eso, y preguntó, Tú amas a alguien, ¿cierto? Cierto, le dije no sin sorpresa en mi voz por escucharlo hablar. ¿Crees que lo que sientes es real? Vaya, qué hay tanta gente que te dice tal o cual cosa acerca del amor que ya no sé qué pensar, me dijo. Lo es, contesté. No lo dejes ir, no la dejes ir, porque la confianza con la que has respondido es suficiente para mí para mostrarte lo que muy pocos colibríes con el atrevimiento de hablarle a un humano y descubrir que conoce el amor han hecho. Entonces, el pequeño pájaro se alejó de mí, y con el más maravilloso canto que puedes imaginarte llamó a cientos de su género al parque. Después de acomodarse donde el primer colibrí los asignó, comenzaron a aletear suavemente, lo cual lentamente apagó las luces de los postes. Cuando estaba lo suficientemente oscuro los pequeños colibríes se encendieron, con los tonos de sus plumas extendiéndose más allá de su cuerpo, titilando cual lenguas de fuego en la brisa nocturna. El primer colibrí se colocó delante de los demás, y después de emitir otro canto, los cientos de pájaros comenzaron a bailar en aire. Todo frente a mí se llenó de colores, espectáculo multicolor como jamás había visto. Los verdes, rojos y azules de sus cuerpos jugueteaban en el negro fondo, pintando la vida de miles de combinaciones. Yo no podía más que sonreír porque todo se veía lejos, pequeño ante tanta belleza. Poco a poco la danza fue parando, los colores desvaneciéndose, y las luces del parque encendiéndose. Los colibríes se fueron desperdigando uno a uno, y al final sólo quedó aquel que había osado acercarse a mí. Sonríes, dijo, y esa sonrisa en simple consecuencia de lo que has visto hoy, y si no estuvieras tan enamorado no habría habido tal pirotecnia ante ti. El pequeño colibrí hizo una leve reverencia con la cabeza, y partió. Me levanté de la banca en la que estaba y eché a andar, tarareando aquella canción tan acerca de los dos. Al llegar a mi edificio, alguien me preguntó si vi los maravillosos fuegos artificiales viniendo del parque. Maravillosos, pensé, tanto como sentirse enamorado.

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